La vida como objeto del poder: la biopolítica de Foucault y Agamben
Publicado por STERESIS el 27 MARZO, 2017
En 1976, Michel Foucault publicó lo que sería el primer tomo de su Historia de la sexualidad, La voluntad de saber, libro en el cual desarrolla un concepto clave para la teoría política contemporánea: la noción de biopolítica, la cual consiste en aquellas técnicas de gubernamentalidad llevadas a cabo por los Estados modernos a partir del siglo XIX en torno a fenómenos sociales aparentemente excluidos del ámbito tradicional de la política. Bajo esta perspectiva, con el surgimiento de las “ciencias de la vida”, lo que ha de preocupar ahora a los gobiernos no es ya los modos de opresión o dominación sobre los individuos, en otras palabras, no se trata ya de un poder que se ejerce negativamente (algo que sería apropiado adjudicar, desde la perspectiva foucaultiana, al paradigma de la soberanía), sino de manera positiva, esto es, produciendo la vida misma en los individuos, de tal forma que la natalidad, la mortalidad, la seguridad sanitaria y otros elementos pasan ahora a constituir el centro neurálgico de la gubernamentalidad moderna.
En este sentido, de lo que se trata ahora no es tanto de un dominio ejercido sobre la conciencia de los individuos, sino de un naciente biopoder que se aplica directamente sobre la vida biológica de los individuos, englobados a su vez en el cuerpo colectivo de la población, cuyo paradigma no es otro más que el “hacer vivir, dejar morir”. La población, objeto de múltiples análisis estadísticos por parte de las tecnologías disciplinarias, se instituye como la mediadora en la relación poder/individuo; la figura que emplea Foucault aquí, cabe recordarlo, es la del “poder pastoral”, esdecir, aquel poder que vela por cada miembro de la comunidad, obteniendo con ello no solo el control sino, principalmente, una producción de la verdad “interior”. Desde luego, la biopolítica en clave foucaulteana se encuentra en íntima consonancia con la empresa de una analítica del poder que caracteriza el trabajo del pensador francés desde los años 70. Si el poder, al igual que en el análisis de las formaciones discursivas, no se remite a un origen o sujeto fundacional, si de lo que se trata ahora es de colocar la atención en la dispersión de las relaciones de poder (no solo el Estado, sino también la familia, los hospitales, el ejército, las cárceles, etc.), todo ello se conjuga con las manifestaciones de la biopolítica, cuyo verdadero rostro se revela acaso en aquellos contextos que, por su excesiva cercanía, hemos perdido de vista. Retomando la distinción griega entre bios y zoé, una vida cualificada (cultura, lenguaje, etc.) y una vida natural (el principio animado que comparten seres humanos, animales y dioses), Foucault señala que, desde la modernidad, la bios no consiste en otra cosa más que en una decisión sobre la zoé. Con la mirada dirigida a este mismo presupuesto del mundo antiguo, Giorgio Agamben publica en 1995 el primer tomo de la serie Homo Sacer, cuyo primer libro de título homónimo explora, a través del dispositivo jurídico/político de la soberanía, lo que ya Walter Benjamin acusaba en su potente texto “Para una crítica de la violencia”, esto es, la “sacralidad” con la que se ha investido a la vida en nuestra época.
No obstante, la concepción biopolítica de Agamben pretende explorar ámbitos si no desdeñados al menos sí no analizados por Foucault (que haya logrado su objetivo no es el tema aquí): fundamentalmente, a partir de aquel fenómeno de las democracias occidentales conocido comúnmente como el “estado de excepción”. El filósofo italiano parte de la extraña pretensión de querer normar, mediante las Constituciones, un fenómeno que se caracteriza principalmente por su anomia. Con base en esta paradoja, Agamben concluye que todo el dispositivo jurídico/político de la soberanía tiene como fundamento un vacío político a partir del cual el poder soberano convierte a todo individuo en homo sacer. Para ejemplificar esta hipótesis, se toma el caso del Estado ideal hobbesiano, en el cual todos los súbditos ceden su derecho natural de conservación al poder soberano a cambio de protección, sin embargo, como ya se puede entrever, dicho poder soberano puede ejecutar a todos aquellos que él considere como una amenaza para “la unidad y la seguridad”. La figura del homo sacer, a la cual Agamben dedica toda la II parte del libro mencionado, es tomada del derecho romano, y fue empleada en aquel entonces para nombrar a todo individuo al cual no se le podía cometer homicidio a pesar de que, si alguien le matese, no caería en delito. De igual manera, Agamben cree percibir en la (bio)política contemporánea una estructura de “exclusión inclusiva” según la cual aparentemente la zoé es excluida de toda bios, no obstante, esta exclusión no tiene otro fin más que la sujeción a un estado originario a partir del cual el poder puede disponer de cualquier vida como “nuda vida”. Si tomamos el caso de los prisioneros de Guantánamo, por ejemplo, o los habitantes palestinos atacados en sus propias tierras por el Estado de Israel, en aquellos casos observamos como sus vidas aparentemente no pueden ser asesinadas, puesto que hay todo un derecho internacional que vela por ellos, sin embargo, los hechos desmienten día a día todas las buenas intenciones. Es en estas situaciones de excepcionalidad que Agamben cree poder hallar la estructura básica de la política occidental, excepcionalidad que, para seguir nuevamente a Benjamin, ha comenzado ya a convertirse en regla.